5 de julio de 2008

Llegaron las vacaciones: lleva a tu hijo al trabajo

Por: Hikari Hotaru


Cuando era pequeña, mi padre solía llevarme a su trabajo en aquellos días sin escuela. Recuerdo que en esa oficina se veían chicuelos de varias edades; todos íbamos muy "formales": los niños con un pantalón perfectamente planchado y peinados con limón como fijador, y las niñas de vestido y con el cabello sujeto, trenzado o similar. Todos sonreíamos a todos, saludábamos de beso a los coworkers por el simple hecho de que ellos nos conocían, aun si nosotros no los recordábamos.

Hoy los niños han terminado su ciclo escolar y este escenario (de nuestros ayeres), típico quizá, se repetirá, pues lo buscado por los padres es no tenerlos en casa --¡por favor!--. Así deciden que, si no hay otra opción, es mejor llevarlos a sus trabajos, donde aquellos --especialmente mujeres-- sin hijos, verán en ellos una oportunidad de probarse a sí mismos como "padres".

Así, en una oficina no harán más que correr de aquí para allá teniendo al borde del grito a la madre, o chillando por el hambre sin poder esperar a la hora de la comida. Quizá les prestarán una computadora (niños nacidos en esta sociedad tecnológica) o jugarán entre ellos; algunos más platicarán con los empleados que no hacen lo que deben; unos se sentarán frente a su padre/madre con un gesto de desesperación y un "yo no quería venir". Y si no es en una oficina, el niño(a) se sentirá muy orgulloso de imitar lo hecho por su tutor, y se divertirá dando lo mejor de sí para igualar la "calidad" del trabajo.

¿Y los del metro?

Ellos también llevan a sus hijos a su trabajo, pero la cosa es distinta a la vida seudo-burguesa de los escuincles con padres burócratas o con altos mandos. Esos niños toman del brazo a su padre/madre y corren de un vagón a otro; se recargan en los tubos, sudados a causa de las manos que los han tocado, mientras sostienen el disco compacto o la bolsa con dulces; cuando su tutor prepara las bocinas y coloca el disco en el reproductor, miran a las personas, y ellas a ellos; se mantienen a una distancia que les permita moverse junto a su progenitor y sin tocar al resto de la muchedumbre.

Estos pequeños no les sonríen a los coworkers tanto como el niño en la oficina; ellos no juegan con un ordenador, tampoco con los hijos de los demás; no lloran por el hambre ni corren como bólidos dentro del área de trabajo; no se despegan de su padre/madre. Al contrario, ellos colaboran: reciben el dinero, entregan los CDs y, además, lucen como si cuidaran a sus padres.

Los más afortunados murmurarán y bailarán las cumbias del "disco de colección formato mp3 que le contiene 200 temas" o le hablarán al oído a su madre; los menos, se conformarán con simplemente caminar detrás de quien les dio la vida.

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