19 de julio de 2008

Donde el espectáculo empieza y la monotonía se pierde

Por: Hikari Hotaru


Es el medio día en la ciudad de México, el Palacio de Bellas Artes no se imagina siquiera lo que pasa en las calles aledañas que parecen monótonas, él sólo mira a la avenida Juárez que conecta con la calle Francisco I. Madero, con la Torre Latinoamericana en su esquina. Se dibujan líneas imaginarias del movimiento constante de las personas cruzando la calle, chocando entre ellas; el ruido de los autos se pierde cuando, en el semáforo, el domingo de bicicletas no se hace esperar.

La calle Francisco I. Madero está como cualquier día de la semana, excepto por los ciclitas, único medio de transporte transitando ahí, por lo menos hasta las tres de la tarde. La música salsa del Sanborn’s es cubierta por la melodía del organillero que, a su vez, es ignorada cuando se oye “¿qué serie de televisión quiere? Tenemos Doctor House, Esposas desesperadas, ‘esmolvil’”, justo en contraesquina de la calle Filomeno Mata.

Así, con estatuas humanas en Filomeno Mata, tiendas de la categoría de Atléticos deportes y Aldo Cont en frente, y rodeada de un puesto “pirata”, de la tienda de trajes High life y Gante café, se encuentra la esquina de la calle Gante, la cual da la bienvenida a los transeúntes con una estatua humana color plata vestida con un taparrabo al estilo azteca.

Tres hombres rubios, de tez blanca y altos se detienen para tomar fotografías a este lugar peculiar, entre un puesto de series clonadas, tiendas de “la high” y un hombre ganándose la vida con el esfuerzo de permanecer quieto, tal como una estatua. La escena siguiente es como mirar una caricatura cómica, donde el personaje principal es arrollado por alguna multitud salida de la nada: el hombre de características estadounidenses cruza la calle para llegar a Filomeno Mata, pero justo a la mitad, la afluencia de bicicletas pasa y él queda justo entre ellas.

Como la anterior, las personas juntan sus anécdotas antes de que el espectáculo en Gante comience y rompa toda la monotonía de alrededor. Un mimo frente a High life, prepara su perchero y sus instrumentos de trabajo, mientras la atención de cinco personas es para la figura humana bañada en pintura plateada. En medio de su show lanza un beso a una joven de piel apiñonada, quien sonríe y comenta el suceso con su amiga.

La gente comienza a reunirse cuando esta estatua humana camina hacia el mimo para tomar tres pelotas con las cuales empieza sus malabares. La gente a su alrededor sonríe a pesar del intenso calor y los penetrantes rayos del sol; ríe cuando el hombre de los malabares deja caer una de las bolas, pide a una muchacha que la levante para después coquetear con ella, le besa la mano y simula un teléfono, lo cual indica que le llame.

La estatua viviente se detiene y se escucha un “se acabó el show” en voz de una joven, quienes así lo piensan se retiran del lugar sin imaginar lo que viene después: el inicio del espectáculo. El mimo coloca su perchero, con un sombrero y una gabardina azul en él, a un lado del hombre plateado. Este último hace movimientos que indican fortaleza, algunos recuerdan a Hulk, el hombre verde; se coloca su casco con la forma de una cabeza de tigre y el mimo lo imita, pero sus gestos indican que para él es muy cansado realizar lo mismo que el chico de plata.

De fondo suena la canción “Y te duele” del grupo Intocable, y al ritmo de ésta el mimo hace su parte: limpia la ropa del perchero y un guante cae al piso; el hombre del rostro pintado de blanco y cejas negras se pregunta de quién será, mira a la estatua humana y al público tratando de obtener una respuesta… ¡nada! Sin embargo, no cuenta con que se ha salvado, pues una niña, que aprovecha el domingo de bicicletas para ver el espectáculo, le dice dónde va el guante: “¡en la mano!”.

Lo siguiente mantendrá a los espectadores atentos y con grandes sonrisas en la boca: el mimo se pone el guante, introduce su brazo en una de las mangas de la gabardina azul, en el perchero, y ésta adquiere otra personalidad. La escena es la misma que se ve cuando una mujer se siente apenada por el abrazo de su hombre, así el mimo: el brazo en la gabardina lo comienza a abrazarlo por la cintura, él lo quita. Cuatro veces intenta hacer lo mismo, hasta pensar en tomar la decisión por medio de un “piedra, papel o tijeras”: primera vez, empate; segunda, el mimo saca papel y la mano “tentona”, tijeras.

Las personas ríen ante tal hecho y al mimo no le queda más que aguantarse: “flojito y cooperando”. Ante las caricias de la mano en el brazo del mimo, éste termina cediendo; bailan mientras el chico de plata imita a un organillero, y, al final, con el sombrero del mimo, el rostro imaginario y el del hombre con la cara pintada de blanco se cubren para “besarse”.

Seguido a este acto, la mano del guante en la gabardina arroja una mascada verde; el mimo, como buen caballero, la recoge y saca otra de color rojo para hacerle una flor a la “mujer” que lo ha cautivado, pero su sorpresa no es agradable: su amor se ha convertido en una gabardina y un sombrero colgados en un perchero. El fin llega y, con él, los aplausos.

El mimo con su sombrero y la estatua humana con su casco de tigre pasan con la gente para pedir dinero por su acto; las personas les sonríen mientras se oye el golpe entre las monedas que caen para cada uno de los artistas urbanos de la calle Gante.
Las personas se dispersan y siguen su camino después de haberse dado el tiempo para salir de la rutina diaria en el centro de la ciudad. El mimo y la estatua platican sobre sus posiciones para iniciar nuevamente su espectáculo. Por otro lado, una joven pregunta “¿no sé desesperarán? ¡Échenle una moneda, no sean codos!”.

Con las tres pelotas comienzan sus malabares y atraen a la gente; las personas que se acerquen ahora no seguirán su día con la misma imagen de una ciudad caótica, sus bocas dibujarán sonrisas y sus ojos brillarán ante los ademanes y gestos de la estatua viviente y del mimo, quienes, con un beso o un gracias les hacen ver a las personas que han notado su existencia.

Los niños también cambia el rumbo de su día cuando se espantan al ver que la estatua se mueve o que el mimo les sonríe; otros, reirán ante tales acciones, y unos más se quedarán inmóviles ante algo nuevo para ellos.

Con los organilleros que se reúnen en la esquina de Gante y Francisco I. Madero, el espectáculo del mimo y su amor imaginario danza al compás de “Cielito lindo”; más risas, besos y chiflidos se convierten en propinas o en fotografías, que serán el recuerdo de los más curiosos y del mimo, quien también toma al público con su celular, al terminar el performance.

Más adentro

Ha pasado sólo una hora y dentro de la calle las personas se dirigen a alguno de los establecimientos ahí: Starbucks, Helados Santa Clara, Global Book, Alcibar, tienda que ya felicita a los padres por su día. La Iglesia Metodista de México 1980 abre sus puertas para que sus fieles salgan y se acomoden en una jardinera con árboles frondosos que hacen sombra.

Un mimo menos afortunado se ubica al final de este peculiar lugar, casi esquina con 16 de septiembre, esperando que la gente se acerque y le regale una moneda para realizarles un espectáculo personalizado y pegarles en la frente una estrella, de aquellas que usan las profesoras de primaria cuando un niño se porta bien, como agradecimiento.

Los ciclistas cruzan sin problema y se estacionan en alguno de los establecimientos de la calle. Un organillero le pregunta a un transeúnte: “¿a qué hora es el fútbol, jefe?”, a lo que el otro contesta: “A las cinco”. El mismo organillero simula darle una moneda al mimo solo, y éste le devuelve su “cambio”.

La soledad de la calle 16 de septiembre y el movimiento de la Francisco I. Madero se pierden cuando a mitad de la calle Gante un par de chicos con cabellos largos y rastas tocan, con un saxofón y una guitarra acústica, música jazz, la cual acompaña a los caminantes cuando cruzan y a quienes toman un café.

Un niño, de alrededor de dos años, permanece frente a los músicos, quienes al verlo le sonríen e interpretan para él. El pequeño mantiene sus ojos fijos y se acerca a darles una moneda, pero pareciera que quisiera tomar alguna otra de la morralla de estos artistas.

El calor se olvida con el aire que se produce por las ramas de los árboles, el sol desaparece en las sombras y el estrés es fulminado con la música de los artistas urbanos. La calle rompe la monotonía del lugar al abrir sus puertas a las personas capaces de permanecer horas de pie frente a una muchedumbre de curiosos que, quizá, no les dé ni un centavo.

Lo anterior lo compensan cuando alguien se acerca a dejarles una moneda y le toman la mano para darle las gracias. Sus botes, sombreros o cajas se llenan de monedas de 50 centavos, un peso o cinco, un billete de 20 que se asoma entre la morralla de pesos. Más tarde se encontrará una estatua humana más: un hombre vestido de blanco al estilo árabe parado con un fondo musical creado por una gaita, que al finalizar la calle se desvanecerá con la calma y monotonía de la 16 de septiembre o con el ruido y la costumbre de la Francisco I. Madero y sus calles aledañas.

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