27 de diciembre de 2013

Qué bueno que te vas, 2013

Decir que este año dejó cosas buenas, malas, tristezas y alegrías es un cliché, porque la vida de todos, cada día, se inunda de altas y bajas, de miles de emociones que pueden cambiar a cada segundo.

Por la razón anterior, no contaré cómo fue mi año; además, viendo a mi alrededor, creo que resultó muy normal. A diferencia de otros, no vi la vida contada, no sufrí pérdidas y tampoco tuve sueños de la infancia cumplidos: se trató de un año más, del que, obviamente, he aprendido, no lo voy a negar, pero que más me alegra saber que termina.

También 2013 fue un año complicado para el país y, tal vez el mundo en general, que no augura un futuro próximo lleno de felicidad política (no para la sociedad); no obstante, me parece que la energía positiva y el espíritu de lucha creció en muchas personas, así que a nivel personal y de ciudadanía quizá se logre producir un cambio que destruya el destino que algunos quieren escribir para nosotros.

En cuanto a mí, espero ansiosa la energía de un nuevo año, una energía que he estado recolectando en estos últimos días, porque, una mañana, te das cuenta: es el tipo de magia que funciona cuando te decides a dejar atrás a tus fantasmas.

Eso me alegra del fin de año y del comienzo de 2014: que todo está cambiando dentro, que el miedo se va y la determinación vuelve. Espero y deseo que ustedes también se sientan así.

17 de octubre de 2013

El arte de llevar audífonos y no estar escuchando

Siempre he sido de las personas que piensan en tener una vida longeva. No sé exactamente qué quiero hacer cuando sea una anciana, pero estoy segura de que quiero llegar a vieja y seguir en este mundo a pesar de las tragedias (en todos los sentidos) que puedan ocurrir.

Creo que ésa es una de las razones por las que mi vida siempre está llena de planes: algunos que se quedan en meras ideas, otros que luchan por llegar a concluirse y otros tantos que se van transformando.

Entre esos planes, por supuesto, está el evitar la rápida degeneración de mi cuerpo. Sé que mi fuerza física y las capacidades de las que con gusto me puedo jactar ahora poco a poco irán en declive, pero, como dicen los editores y periodistas de estilo de vida y salud, quienes se han encargado incesantemente de hacernos creer que podemos mantenernos estables, creo que ya hay muchas maneras de seguir en forma tanto por fuera como por adentro.

Cuando uno es muy joven (y por joven me refiero a niño, adolescente y en la veintena) poco pensamos en que cuidarnos es indispensable si, como yo, queremos tener una existencia -material- larga. Y, si agregamos las facilidades de la vida actual para mantenernos sedentarios, pues los resultados se visualizan catastróficos.

Por fortuna, y quizá porque hay situaciones que te obligan a ser consciente de tu propio cuerpo, he decidido que es el momento ideal para que yo tome las decisiones que me procuren una vida saludable física, mental y emocionalmente.

Algunas de las acciones tienen que ver, por obviedad, con actividad física y una alimentación balanceada; pero también con el hecho de respetar ciertas rutinas en el día a día.

Una de mis reglas diarias tiene que ver con el cuidado de mis oídos, con especial esfuerzo desde hace un año.

No soy de las personas que toleran los volúmenes altos o el ruido excesivo, pero sí disfruto de vez en cuando perderme en la música a todo volumen.

Según yo, no escucho mal, pero no todo me lo asegura.

He de confesar que soy hipocondriaca (de forma controlada, si es que eso se puede decir), y cuando, hace algunos años atrás me realicé una audiometría, determiné que quedarme sorda antes de los 30 (sí, con todo y la exageración) no debía ser una opción.

Luego, empecé a ser consciente de que había personas adultas a mi alrededor con problemas de audición y no estaban más que entrando a su década 4. No me podía permitir eso. Y, por si fuera poco, según este video, "estoy pa'l perro".

-No sé si a ustedes o a otros jóvenes que van por la calle escuchando en sus perfectos audífonos música a todo volumen les preocupe eso; pero para mí, es de los asuntos que más me llena de angustia.

Además, decidí que tener una profesión relacionada con la radiodifusión y, recientemente, como músico, lo que me obligaba a tener todavía más atenciones con mis oídos.

Así, comencé a escuchar música a un volumen bajo, lo menos que me permitiera el lugar donde estaba, el ánimo y, claro, mis oídos. A recuperarme del estrés del día en mi habitación silenciosa. Y a tener los audífonos adecuados.

¡Oh!, los audífonos, por mucho tiempo fuimos enemigos. Más tardaba en escogerlos y pagarlos que en que les sucediera algo: se rompían, dejaban de funcionar, o terminaban lejos de mí. Sin embargo, con la determinación de proteger mi audición encontré (aunque sin saber exactamente cómo) la manera de que permanecieran.

Y es así como empecé a utilizar los audífonos más como tapones que como un complemento para el reproductor de música.

La verdad es que si me ven en la calle con grandes auriculares, pensarían que escucho algo; lo cierto es lo contrario. Al menos que quiera dejar de lado mis pensamientos, normalmente sólo uso los audífonos para aminorar un poco el impacto de los altos decibelios en la ciudad.

La rutina es sencilla: salgo de casa, conecto los auriculares al teléfono (para despistar y, sobre todo, lo digo con toda sinceridad, para no parecer más rara), los acomodo en mis orejas y ando.

Experimento una sensación distinta, los ruidos se transforman, mis oídos sufren menos y yo me convierto en algo más parecido a mí en soledad.

Sabía que eso estaba sucediendo, pero no tenía tan claro hasta hoy que lo escribo, porque tuve un arrebato en preguntarme cuántas personas más sólo traen los audífonos colgando para evitar que los molesten o con la misma finalidad que yo.

Entonces me di cuenta de que gracias a los auriculares he podido concentrarme más en mí, en mi lectura de metro (esos libros que no te abandonan en el transporte público), y menos en los otros y sus conversaciones.

También me atrapan las pláticas ajenas en algunas ocasiones, y el disfraz de los audífonos hace hablar a la gente alrededor tuyo como si no los escucharas: es una trampa que me parece maravillosa. Aunque cada vez he adquirido la habilidad de dejar de lado murmullos que no me pertenecen.

He aprendido a estar más atenta a mi entorno acústico, pues los ruidos se aislan para dar paso a los sonidos más reales, por llamarlos de algún modo.

Otra ventaja es reconocer mis propios ruidos, los espirituales y los de mi cuerpo.

Nunca hubiera imaginado las miles de posibilidades, satisfacciones y cambios que eso traería a mi vida. No es que sean muy evidentes, pero con un poco de pericia se nota el "cambio de estación".

Esto ya no es más un secreto, así que para ser honesta por completo, lo que más me gusta de llevar audífonos y no escuchar nada con ellos es tener la oportunidad, día a día, de charlar conmigo misma.

22 de septiembre de 2013

Catarsis necesaria

Quisiera con toda el alma detener el tiempo por un instante, adentrarme en mis entrañas y rescatar a la que un día fui para volver a ser valiente y continuar.

24 de julio de 2013

De miedos y determinaciones

Hoy hice una retrospectiva de mi vida en un lugar de mi cabeza muy privado; un espacio que me pertenece y que, tal vez, si lo comparto podría limpiar sus telarañas y desempolvar sus miedos, mas no es el momento, no emocionalmente. Sin embargo, este día tuve la oportunidad de invadirme con muchos sentimientos distintos y ponerme a reflexionar un poco sobre algunos aspectos de la vida.

Todo comenzó cuando fui a lavar mi taza, había terminado un rico té de limón para calmar el estrés laboral; me sentía especialmente dispuesta a mejorar mi día y mi actitud. De repente, por la venta vi una situación que alimentó mi curiosidad y, al mismo tiempo, me hizo darme cuenta de que no deberíamos tener la opción de desperdiciar nuestras horas en nada.

Verá, atento lector, frente a donde laboro hay una clínica especializada, una que quizá ha visto las tristezas más profundas de alma, pero que también ha llenado de esperanza a más de un corazón.

El evento que presencié fue un destello que hizo me preguntara: "¿qué tan difícil será saber que tus días los empezarás a contar regresivamente?", ¡qué tan complicado debe ser darte cuenta que sólo estás esperando el final!

Se preguntará, excitado lector, qué vi. Fue una escena simple: una mujer joven saliendo de la clínica en silla de ruedas apoyada por su médico y un enfermero. Su familia esperando en el auto. Lo que sigue fue lo que me impactó: no podía realizar un movimiento sola. Los médicos y quienes la acompañaban forcejeaban para poder meterla en el coche sin lastimarla; todos con guantes, recibiendo los golpes de los malos movimientos, pero nunca bajando la guardia ante la enferma.

La particularidad fue que todos se veían tranquilos a pesar de las maniobras, to-dos; como si fuera costumbre, pero con la delicadeza de sentir que las cosas cambiarán, aunque sepan que no eso no pasará.

La imagen se quedó muy presente en mi mente, tanto que decidí "googlear" a un periodista que participó en una campaña de salud hace algunos años y ver un par de videos de personas en la misma situación, quienes, además, también tienen mucho en común con la mujer que vi afuera de aquel centro de salud.

Reafirmé que muy pocos aprendemos de los demás y que, mientras no nos enfrentemos a una horrible situación en carne propia, preferiremos ser indiferentes a la posibilidad.

¿Qué sería de nosotros si en algún momento nos pusiéramos en los zapatos de esa gente? ¿Sentiríamos su sufrimiento pasado, su resignación o sus ganas por seguir vivos? ¿Nos contagiaríamos de su energía y de su fuerza? ¿O preferiríamos simplemente negarnos a esos sentimientos e ignorarlos como comúnmente lo hacemos?

26 de mayo de 2013

Sólo es una mudanza.

Ayer se despidió de la blogósfera uno a quien yo consideraba entre los grandes: por su pulcritud al escribir, por su fluidez, por la forma de cautivar al lector, por su convicción, y por siempre perseguir y respetar sus sueños.

Conocerlo significó tener muchas lecciones de vida para mí; lecciones que tal vez él no se imagina y nunca se propuso darme, pero que, en su momento, me ayudaron a abrir mi mundo, a comprender lo pequeño de nuestro criterio y lo fácil que nos convertimos en lo mismo que criticamos.

Hoy me uno a la tristeza de saber que ya no te podré leer igual; pero, también, a la alegría de tus nuevos proyectos, de las nuevas oportunidades que tomarás y de tus decisiones: la vida sin ciclos sería aburrida, así que es bueno saber cuándo terminarlos y cuándo comenzar los nuevos.

Querido y atento lector, no haré más de este post una despedida; sino un instante de transición en honor a quien me ha enseñado que no todo lo que creemos banal en la vida, lo es.

Lo invito ahora, desconcertado lector, a visitar el blog de Aldonáutico, que aún permanecerá en la memoria digital y a seguirlo en sus nuevos espacios.

Te extrañaremos, Aldonáutico

De cómo me gustaría un transporte público de calidad

Esta entrada debió salir hace algunas muchas semanas, aunque la tecnología no fue aliada aquella ocasión; sin embargo, es maravilloso (para su publicación) que sea tan vigente como entonces (lo cual, por supuesto, no es tan magnífico en la vida cotidiana). * ** ***

Me gustaría presentar una hoja detallada de cada una de las cosas erróneas que veo y que, con un poco de trabajo, inversión, sentido común (que falta en todas las personas), y menos egoísmo (que no quieren dejar), todo marcharía de forma más eficiente, eficaz, además de mantenernos felices días completos.

Tristemente eso no pasa y hay más paredes que puertas para entrar y cambiarlo; porque las personas son egocéntricas, individualistas y les falta entrenamiento en eso que algunos llamamos "trabajo en equipo".

Me refiero en general a la gente, claro; mas, a veces, al caos vial de la ciudad y a los medios de transporte tan horribles con los que contamos.

Si bien pudiera quejarme horas también de los usuarios del transporte colectivo; la realidad es que más podría decir sólo de los operadores del metro, personas que en las terminales (y no de una sola línea) se sientan a tomar un café, a platicar, a saludar a todo el mundo, mientras el reloj avanza, las personas se acumulan y el estrés sale por los poros.

Si hay más de un carril para salida, a estos señores conductores y jefes de estación, les encanta ver correr a los usuarios de un lado a otro, sin que ningún tren abra, por lo menos, las puertas.

Después de retrasarnos 15 ó 20 minutos, groseramente hablan por los altavoces de los vagones para una "sutil amenaza": "si no permiten el libre cierre de puertas no avanzamos".

¡Claro! Uno entiende que a veces los individuos son muy necios, pero si los trenes llevan retraso de más de media hora, se gastan nuestro "colchón" de tiempo y se ponen a platicar en lugar de agilizar las salidas, es evidente que las personas van a querer entrar a los vagones, porque, a diferencia de los operadores, ellos todavía no están en sus lugares de trabajo y si no llegan ya tienen una amonestación, que en el mejor de los casos implica un descuento.

¡Ay, los empleados del sistema de transporte colectivo metro que creen que nos están haciendo un favor! ¡Ay, los presupuestos mal gastados y los puestos relevantes mal ocupados! ¡Ay, que el STC Metro siga siendo la mejor opción para trayectos largos! ¡Ay "a dónde vamos a parar"!

Y, por si fuera poco, sin saber exactamente si es una burla o un verdadero servicio a la comunidad, el STC Metro puede expedir justificantes por retardos para el trabajo. Evidentemente existen condiciones, y por supuesto que poquísimas personas lo saben; el punto aquí es qué tan efectiva es esta medida y qué tan eficiente es el proceso para obtenerlo. (Aquí detalles.)

Pero para el gobierno es muy fácil seguir construyendo y olvidar obras anteriores que necesitan mantenimiento constante; y para las personas es más sencillo desahogarse escribiendo que convocar a quejas constantes para ver si así por lo menos hacen algo.

Podríamos pasar horas hablando sobre las miles de fallas, no sólo en el metro, también en autobuses, vialidades y autoridades. Pero mejor respirar un poco antes de perder los estribos...