Hoy hice una retrospectiva de mi vida en un lugar de mi cabeza muy privado; un espacio que me pertenece y que, tal vez, si lo comparto podría limpiar sus telarañas y desempolvar sus miedos, mas no es el momento, no emocionalmente. Sin embargo, este día tuve la oportunidad de invadirme con muchos sentimientos distintos y ponerme a reflexionar un poco sobre algunos aspectos de la vida.
Todo comenzó cuando fui a lavar mi taza, había terminado un rico té de limón para calmar el estrés laboral; me sentía especialmente dispuesta a mejorar mi día y mi actitud. De repente, por la venta vi una situación que alimentó mi curiosidad y, al mismo tiempo, me hizo darme cuenta de que no deberíamos tener la opción de desperdiciar nuestras horas en nada.
Verá, atento lector, frente a donde laboro hay una clínica especializada, una que quizá ha visto las tristezas más profundas de alma, pero que también ha llenado de esperanza a más de un corazón.
El evento que presencié fue un destello que hizo me preguntara: "¿qué tan difícil será saber que tus días los empezarás a contar regresivamente?", ¡qué tan complicado debe ser darte cuenta que sólo estás esperando el final!
Se preguntará, excitado lector, qué vi. Fue una escena simple: una mujer joven saliendo de la clínica en silla de ruedas apoyada por su médico y un enfermero. Su familia esperando en el auto. Lo que sigue fue lo que me impactó: no podía realizar un movimiento sola. Los médicos y quienes la acompañaban forcejeaban para poder meterla en el coche sin lastimarla; todos con guantes, recibiendo los golpes de los malos movimientos, pero nunca bajando la guardia ante la enferma.
La particularidad fue que todos se veían tranquilos a pesar de las maniobras, to-dos; como si fuera costumbre, pero con la delicadeza de sentir que las cosas cambiarán, aunque sepan que no eso no pasará.
La imagen se quedó muy presente en mi mente, tanto que decidí "googlear" a un periodista que participó en una campaña de salud hace algunos años y ver un par de videos de personas en la misma situación, quienes, además, también tienen mucho en común con la mujer que vi afuera de aquel centro de salud.
Reafirmé que muy pocos aprendemos de los demás y que, mientras no nos enfrentemos a una horrible situación en carne propia, preferiremos ser indiferentes a la posibilidad.
¿Qué sería de nosotros si en algún momento nos pusiéramos en los zapatos de esa gente? ¿Sentiríamos su sufrimiento pasado, su resignación o sus ganas por seguir vivos? ¿Nos contagiaríamos de su energía y de su fuerza? ¿O preferiríamos simplemente negarnos a esos sentimientos e ignorarlos como comúnmente lo hacemos?
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