3 de enero de 2010

Miradas



Dicen que los ojos son el espejo del alma. Para mí, eso no es mentira, mas no había caído en cuenta de todo lo que una mirada puede reflejar. Aquella vez de mi consulta psicológica gratuita, entendí que hay sonrisas que no se dibujan con los labios, sino con la profundidad del alma, pero fue meses después cuando comprendí que la vida de una persona también se conoce con un vistazo a sus ojos.

Mi padre, el día en que lo supe, me dejó en el metro (sistema de transporte colectivo) realmente temprano, podía esperar en la estación con nada que hacer o subirme a un vagón y llegar antes a la escuela; opté por lo segundo.

A esa hora (que por salud mental no la diré) muchas personas regresan de sus trabajos, no van recién bañados ni perfumados ni con el alivio de haber dormido algo, sino todo lo contrario, son personas de posibilidades económicas menores, en su mayoría.

Ya había notado antes lo arriba mencionado; sin embargo, no había prestado tanta atención como lo haría en aquel momento: un hombre subió al vagón para cantar por unas monedas y, al mismo tiempo, apoyaba al partido Convergencia (fue hace mucho, no recuerdo qué dijo); me fijaba cómo las personas lo ignoraban y llegué hasta alguien que tomó especialmente mi curiosidad.

Soy una persona que tiende a mirar mucho a la gente, me gusta adivinar los gestos que hace; sin embargo, pocas veces observo directamente a los ojos, sea porque las personas se sienten atacadas, por pena o porque su mirada es muy pesada (o encantadoramente coqueta jeje) y no la soporto.

Como sea, una imagen no dice más que mil palabras, pero los ojos sí. La mirada se muestra cansada, aturdida o triste, débil, temerosa, coqueta, atrevida, decidida... Los individuos dejan salir, a través de sus ojos, todo aquello que no expresan con palabras o pretenden ocultar: un problema, tristeza, preocupación, alegría o el amor mismo. No es difícil darse cuenta, basta con un poco de atención.

En fin…ese día, el semblante de aquella persona me hizo voltear a verla: su mirada cautivó cada uno de mis sentidos, generó emociones y abrió un panorama diferente frente a mí. No era alegre ni vivaz; más bien, estaba llena de niebla, de un inmenso cansancio y una profunda tristeza.

Era una señora, de alrededor de 70 años, de esas que viven con lo que apenas pueden ganar; una mujer resignada a su situación, a su pobreza, a sus males. Sus ojos expresaban tantas cosas que definir un solo estado es complicado, mas estaba claro: no era feliz. Se reflejaba en su vista un alma fatigada, harta de la vida, indiferente a sí misma, aunque no al resto del mundo. Y había algo más: un grito de súplica, un dolor intenso que pedía ser calmado.

Era una petición (viva en mi mente ahora) difícil de entender, nada clara y que obligaba a perder sus motivos. Esa súplica sobrepasó mi capacidad y experiencia, no me permitió resolver más allá ni hallar un porqué.

La mirada de esa anciana estaba vacía, falta de esperanza, incrédula, perdida; era gris, invisible, llena de una fe traicionada, de una herida sangrante, de llanto, de lástima hacia sí.

Al final, cuando llegamos a nuestro destino, pensé que, tal vez, lo que ella necesitaba era sólo una sonrisa, un gesto amable de quien la veía, de la joven que la observó durante todo el trayecto.

1 comentario:

Lim dijo...

A veces una sonrisa dice más de mil palabras.
Un beso.