Por: Hikari Hotaru
A veces no entiendo como aquella niña, esa puberta y el intento de adolescente no me acongojaron tanto como lo hace ahora mi recién nacida juventud. Quiero decir, en esos años de crecimiento, de cambios en el cuerpo y en la manera de sentir, jamás estaba tan insegura ni me interesaba tanto el qué dirían de mí, era realmente feliz, con problemas y toda la cosa, pero, al fin y al cabo, plena, contenta, con ganas de cada instante.
He olvidado ya el canto de la mañana, el olor del frío, la emoción de un apapacho maternal, el dolor del oído al hablar horas por teléfono, la sonrisa del cielo, el sabor del triunfo, el corazón familiar. Ya nada me satisface y a nada satisfago: mis más profundos deseos se convierten en frustraciones, mis sueños en paranoia, mis amores en persecusiones, mi felicidad en mi enemiga.
Esto se debe, quizá, a una crisis de edad, en la que no sé qué haré con mi vida después de este semestre y donde me falta un apoyo de pareja. A pesar de estar de acuerdo y disfrutar esas relaciones sin compromiso y la oportunidad de sexo gratis, hay algo en mí que me pide dejarme enloquecer y hacer a un lado el simple deseo carnal, mas la otra parte me exige no enamorarme.
Sé que haber esperado tanto para "eso" no es la razón de esta crisis, sino tener miedo. Sí, me acabo de dar cuenta: TENGO MIEDO.
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