10 de octubre de 2008

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Por: Hikari Hotaru


Hoy siento que toda emoción y asombro se han ido de mí, que la apatía invade mi cuerpo cada vez más y lo hace tan pesado: hasta caminar es difícil. Además, me falta inspiración para expresar todo alborotamiento en mí, por eso publicaré este escrito, encontrado al visitar la blogosfera, para definir en gran medida mi sentir.

Rudo

Ya no recuerdo con el cuerpo la vida de antes. Ya no me nace el globo histérico en el pecho recordando las siestas vespertinas que podía darme después de comer en el Chentito, la fonda que me alimentó durante toda mi adolescencia hasta su final final. Ya no me mareo al reconstruir aquella tarde, después de la escuela, que gasté completita acicalando mis formas con tal de verme chula en una fiesta. Ya no me acongoja la panza y la piel la inexistencia de mi tiempo libre y el recuerdo de los años bonitos cuando una mano en el pezón equivalía al vértigo de la vuelta más mamona del juego más mamón de six flags.
Ya hasta se me confunden los nombres y las bocas. Aunque más que confusión es economía. Ahora mis recuerdos se agrupan, los muy intransigentes, en categorías que no respetan historia, ni tiempo ni identidad. Y si besé al rudo, por rudo lo confundo con el tatuado. Y la cara es la misma, aunque años anden de por medio diciendo que no puede ser. Igual no lo recuerdo con el cuerpo. Será por eso que ya perdieron el privilegio de la cajita particular.

La autora es Berenice Andrade y la pueden leer aquí.

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