16 de noviembre de 2009

¿Por qué no soy feliz?



En un reino perdido de Ciudad Universitaria, se encontraban algunos poblados dedicados al estudio de la sociedad en diferentes aspectos, uno de ellos desde el punto de vista de la comunicación. Sus habitantes eran especialistas en alguna rama del área: periodismo, producción audiovisual, publicidad, comunicación organizacional o comunicación política. Los miembros de producción audiovisual tenían una vida feliz, muy atareada, pero con seguridad en sus proyectos.

Un día, apareció uno de los eruditos más apreciados y reconocidos en el reino, admirado por muchos y odiado, al parecer, por nadie. Los miembros más jóvenes del poblado, dedicados a la producción, decidieron que estar con él sería una buena opción y los preparaía para enfrentarse al mundo real en la creación de mensajes audiovisuales.

Las cosas iban bien para todos, los jóvenes, entusiastas, absorbían todo el conocimiento que aquel hombre les proporcionaba, veían sus avances en comparación con otros reinos y pensaban que nadie se había equivocado con él. Sin embargo, no contaban con la oscuridad que estaba a punto de llegar, ni con el estrés y tristeza que inundarían sus almas.

Aquel hombre amado por todos planeaba cómo hacer enloquecer a los muchachos; "tal vez con un comercial", pensó, pero no dio resultado; "un programa de concina", casi lo consigue, pero ellos aún tenían fuerzas. "Los juntaré, aquellos que no se han hablado en su vida trabajarán lado a lado", se dijo, aunque nada surtía efecto. Los chicos caían, mas guardaban fuerza para continuar.

Ante sus constantes fracasos, ese erudito malvado decidió que era tiempo de llevarlos lejos de su reino, de agotarlos, de que vivieran el trabajo duro al que se enfrentarían, pero con una carga extra de emociones desagradables.

Fue entonces cuando los llevó por un largo viaje de 12 horas hasta un mundo paradisiaco, con sol, mar y arena. Los jóvenes entusiastas cargaron energía y comenzaron sus trabajos, pero poco a poco, fueron desistiendo de la tarea: el insoportable calor hinchaba sus pies, la iluminación arruinaba sus tomas, debían repetirlas una y otra vez bajo la presión del poco tiempo concedido para ello. Su hora de comida se arruinaba con sus múltiples producciones, los equipos comenzaron a separarse, a improvisar, a no hablarse: el hombre había creado el problema de comunicación perfecto. Los hizo desistir y perder.

Hoy ese reino está en busca de surgir de nuevo, pero los rostros de sus habitantes están lastimados; sus cuerpos, heridos, y sus almas, rotas.

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