Cerca de la entrada de la habitación, iluminada sólo con el reflejo que emana la luz del pasillo, me encuentro, con sentimientos que desconozco; más bien, sentimientos a los que no puedo nombrar.
Ganas arrebatadoras de llorar confunden mi mente, el pecho se siente pesado y la respiración… ¡nunca antes había sido tan consciente de ella!
Mis pensamientos van de un lado a otro de la cabeza, como si buscaran una salida; chocan entre ellos, se revuelven, se combinan: retrospectivas y prospectivas, hasta no saber a dónde voy, ni qué fue lo que sucedió; eso sí, al compás de Holden...
“Je ne suis pas ce que je suis” retumba en mis oídos: no podía ser literal hasta hoy, cuando el nada intenso rayo de luz me impide distinguir las letras del teclado, y la melodía me hace suponer las palabras de lo que hay dentro de mí.
Las paredes comienzan a darme temor, no quiero que me escuchen, pueden adivinar cuanto tecleo, y en la noche lo escupirán, justo cuando esté a punto de perderme en el sueño, directo a mi cara y me levantarán… de golpe.
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