14 de septiembre de 2011

Vagones de metro

Yo no sé si esto pase en todo el mundo, pero por lo menos en el Sistema de Transporte Colectivo Metro(politano) de la ciudad de México, existe una situación que se ha convertido en una incesante tortura.

No, ya ni siquiera es su lentitud, ni la multitud, ni los juegos de los operadores en las estaciones terminales cuando la gente tiene prisa, ¡no! Y es que, desesperado lector, yo no entiendo por qué las personas que suben a los vagones a cantar para que les den dinero tienen la manía de darle un tono laaaaargoooo, igual y escalofriante a lo que, si puede decirse así, interpretan.

Cuénteme usted, comunicativo visitante, ¿no le parece que estuviera escuchando un grito de agonía en cada estrofa musical? Y por supuesto que entendemos la finalidad, pero, lejos de lograrla, están provocando el desencanto de las personas, ¡quién les ha dicho que dándoles una melodía fantasmal a las canciones la gente les dará dinero! ¡Quién!

No es una cuestión de una bonita o fea voz, o de si están o no entonados, es la mera melodía de lo que cantan: tan triste, tan lento, tan terrorífico. La piel se enchina y ni valor para voltear. Alguien debería decirles (si es que también cuentan con un jefe -especie "padrote"-) que nos deleiten con la armonía de sus cuerdas vocales, que no cambien el ritmo, que hagan que la gente cante con ellos -aunque sea en la mente.

Sería más fácil, más agradable, más convincente.

No hay que exagerar y pensar que la sensibilidad que los individuos hemos perdido regresará con un ritmo monótono y poco amistoso.

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