Pasamos la vida quejándonos de todo, preguntándonos y reclamando al cielo por qué nos tocó estar donde estamos. Nunca miramos a los lados ni devolvemos la vista atrás por un segundo; sólo cuando se trata de magnificar nuestra desgracia.
Que si no tengo trabajo; que el que tengo no me gusta; que mis amigos nunca me buscan; que estoy cansado de que no me dejen en paz; que mi mamá no prepara la comida que me gusta; que mi papá no sabe nada de mí, que mi familia me exige pasar tiempo con ellos; que vivo en un entorno familiar falto de convivencia...
¿Por qué no despertamos un día y tratamos de cambiar esa actitud reacia a todo?
¿Por qué no nos miramos al espejo y nos damos primero los buenos días a nosotros?
¿Por qué no despertamos con un beso a quien duerme a nuestro lado?
¿Por qué no llamamos a nuestros padres para desearles un día excelente?
¿Por qué no le decimos "nos vemos al rato" a nuestra mascota?
¿Por qué no le enviamos un mensaje de texto a nuestros hermanos para saludarlos?
¿Por qué no convocamos a una reunión con nuestros amigos?
¿Por qué no intentamos, por un segundo, mirar el lado bueno de las cosas?
Al final estás bien, no te falta nada, sólo tu deseo basado en estándares sociales estúpidos: cosas que no necesitas, exageraciones que no hacen falta, embrollos que no existen.
El trabajo no merece serlo todo; estar tirado en la cama no es un mérito; decirle a los otros que estás muy ocupado para ellos es un insulto, pensar que sólo están cuando tú quieres también lo es.
Salir a la calle y presumirte todo es ridículo; quedarte en casa apenado de lo que eres también.
Dicen que sólo se vive una vez, y mientras no tengamos la certeza de que en la próxima vida lo haremos bien, prefiero correr los riesgos que en ésta existen: queriendo, corriendo, gritando, llorando y disfrutando cada momento como el éxito más grande de mi exitencia.