Dejar que me extrañen un poco; que sientan la ausencia de mis pasos, de mis palabras, de mis llantos en silencio.
Que se obliguen a sí mismos a admirar a quien lo pide a gritos, pero con la boca cerrada.
Darles el tiempo justo para que vean lo que está pasando frente a sus ojos.
Olvidarme un poco de ellos, pero sin dejar de añorarlos.
Hacer que en sus mentes mi imagen aparezca una y otra y mil veces, hasta que me harte de estar ahí, hasta que los entienda, hasta que ellos me comprendan.
Tantas cosas, muchos años, miles de heridas. Un daño que ya no sabe a dónde va (¿será que todo el mal nunca tiene una justificación ni un objetivo?), un corazón que no se siente latir, un cuerpo en automático.
¿Hará falta acostumbrarme o, más bien, adaptarme a eso que me parece inadecuado, irreal, una mentira creada colectivamente? No quiero ser la especie que desaparezca y no quiero desaparecer lo que soy...
Y, ¿si como el fénix?... Pero renacer aún no está en el destino para mí.