23 de agosto de 2011

Sin un beso




A veces uno no es capaz de asimilar las cosas; a veces uno no entienden cómo sucede todo; el impacto, el desconocimiento y la incertidumbre se apoderan de la mente y bloquean la vista a esa realidad, pero, tarde o temprano, llega el momento del desahogo, transformado en muchas maneras, y una de ellas es la aceptación o, al menos, las ganas de hablar.

Hace más de un año falleció una persona que se volvió rápidamente especial para mí. La distancia, las distracciones, las ocupaciones, dejaron del lado esa necesidad de vernos, de hablarnos cotidianamente. Un día, sin más, desapareció.

Pasaron los meses y no había noticias; hasta una noche, cuando mi cuerpo tembló fríamente al pensar en la única posibilidad que quedaba, incluso al soñarla.

Esa idea se incrementó con el transcurso de los días; el miedo llegaba y, ante la ausencia de otras fuentes que me pudieran decir qué pasaba, cayó la confirmación de lo temido, como agua helada, en un comentario de una mujer completamente ajena a mí, pero no a esa persona.

Yo no lo quería aceptar, ¡cómo era posible! ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué tuve tanto miedo de acercarme a la verdad? Pasó una semana, y el hecho se reveló con palabras directas, no había marcha atrás, la suerte estaba tirada y ya no se podía hacer nada… Nada.

Fue difícil asimilarlo, el recordarme noche a noche que ya no volvería a llamar, a saludar, que no volvería a mostrarse, ¿la razón? No la sé, o quizá muy dentro de mí la conozco, pero he preferido dejar de especular, dejar de perturbarme y dejar que descanse en paz.

Día a día, lo recordaba; cada noche temblaba de incertidumbre, de confusiones, de incredulidad, de esperanza; pero tenía que aceptarlo, ¡qué difícil! Qué difícil darme cuenta que es cierto, que ya no estás, que no volverás; qué complicado es usar la palabra muerte para asimilar que así fue, que ya nada cambiará ni tendrá remedio.

Las circunstancias me obligan a no saber qué siento realmente: no sé si duele, no sé si perturba, no sé si soy ya consciente del hecho; sin embargo, he decidido dejar a un lado todos esos pensamientos dirigidos a la nada, a lo que nunca fui para ti, en lo que me convertí, en lo que odié de ti, para dar paso a todo lo que aprendí a tu lado, a los recuerdos de tu buen humor, de tus decisiones, de esa forma de ser que me conquistó.

Eres libre, somos libres. Quizá nos volvamos a encontrar, en otras circunstancias, con otros motivos, o para decirte adiós, como debí hacerlo desde el principio.